Islas privadas: Escondites de exclusividad



En el rodaje de Rebelión a bordo, Marlon Brando se encaprichaba, además de por la que se convertiría en su tercera esposa, del atolón polinesio de Tetiaroa, que el gobierno local finalmente le cedió durante 99 años y en el que se llevan ya largas temporadas esperando la apertura del The Brando, un eco-hotel de esos de película. Otra de las islas privadas más famosas de todos los tiempos es la que adquiriera en el mar Jónico el armador griego Aristóteles Onassis, Skorpios, quien incluso celebró en ella su boda con Jacqueline Kennedy en el año 1968. Fue más o menos en esa época cuando lo de convertirse en dueño y señor de una isla entera se consolidó como un símbolo de estatus para ricos y/o famosos de toda condición. Desde entonces, de cuando en cuando afloran a los medios noticias que recogen este tipo de excentricidades, como cuando el mago David Copperfield se convirtió en propietario de once islas en el archipiélago de las Bahamas o cuando el año pasado el cofundador de Microsoft se vio obligado a rebajar a casi la mitad el precio que pedía por su isla en las costas de Washington, en la que colgó el cartel de Se vende por la friolera de 13,5 millones de dólares.

Negocio de celebridades

Acaudalados empresarios medio anónimos y celebridades del mundo del celuloide como Johnny Depp, Eddie Murphy, Uma Thurman o Mel Gibson figuran entre aquellos que pueden presumir de tener un pedazo de paraíso para su uso y disfrute exclusivo, aunque algunos acceden a compartirlo con quienes puedan permitirse el dispendio. Y es que si bien poseer una isla para uno solo es una fantasía cara con la que pocos se atreven a soñar, alquilarla suele ser también desorbitado, aunque menos. Es el caso de Necker Island (www.neckerisland.virgin.com), la islita que el magnate Richard Branson adquirió en las Islas Vírgenes Británicas en los 70 y por la que desde entonces han desfilado desde rockeros y familias reales hasta perfectos desconocidos con, eso sí, el riñón bien cubierto. Porque este estilosísimo refugio caribeño con capacidad para albergar hasta 28 huéspedes puede alquilarse en su totalidad por 47.500 dólares la noche, aunque en ocasiones sus chalets de aire balinés también se proponen de forma individual a parejas dispuestas a compartir sus 30 hectáreas con otros afortunados.

Igual de prohibitiva resulta la que Copperfield pone a disposición de quien pueda costearse una estancia en Musha Cay (www.mushacay.com), en Bahamas, con un ejército de treinta asistentes dispuestos a hacer realidad hasta el último deseo de la veintena de huéspedes que puede llegar alojar. Donna Karan ha sido una de las últimas celebridades en incorporarse al negocio. En 2008 la diseñadora neoyorquina abría al público The Sanctuary, con dos villas de estilo minimalista en la isla privada de Parrot Cay (www.parrotcay.como.bz), en el también caribeño archipiélago de Turks & Caicos, donde los huéspedes, además, tienen libre acceso a las instalaciones y servicios del Parrot Cay Resort. Cuenta con 58 habitaciones en bungalós diseminados por el jardín o la playa y con excesos de hedonismo como el Como Shambhalana Retreat, galardonado como uno de los mejores Spas del mundo, con pabellones de yoga y pilates, clases de relajación y los tratamientos favoritos de las muchas estrellas que de cuando en cuando se dejan caer por el complejo.

Maldivas, Fiji, Seychelles y Polinesia Francesa

Las más pequeñas del centenar de islas consagradas al turismo en el archipiélago de las Maldivas (www.visitmaldives.com/es) también podrían considerarse privadas o casi, ya que en cada una no hay más –¡ni menos!– que un hotel… sin poblados, ni restaurantes, ni servicio alguno que no dependa del único hotel asentado en cada una y que, evidentemente, cuantas menos habitaciones sume, mayor será la sensación de tener la isla para sí. Algo no muy distinto ocurre en el archipiélago de Fiji, donde varios hoteles, como el imán de celebridades Wakaya Club & Spa (www.wakaya.com), se asientan sobre islas privadas, así como, por ejemplo, en la también privada Denis Island (www.denisisland.com) de las Seychelles, donde los ocupantes de sus 25 chalets sólo compartirán sus palmerales y playas con las tortugas y aves marinas que recalan por este rincón del Índico. O en la Polinesia Francesa, el Kia Ora Sauvage (www.hotelkiaora.com), donde quienes no se conformen con alojarse en el hotel principal del atolón coralino de Rangiroa podrán optar por los cinco bungalós de una isla todavía más apartada y solitaria en la que olvidarse del mundo sin renunciar al menor lujo.

Mas si lo que se busca es tener para uno una isla entera, entonces lo más adecuado será bucear a fondo en los catálogos de Vladi Private Islands (www.vladi-private-islands.de), donde además de islas a la venta hay disponibles centenares de islitas de alquiler. Eso sí, algunas –la mayor parte– al alcance de muy pocos, pero otras también de lo más asequibles y hasta espartanas, en las que es posible vivir una experiencia al más puro estilo Robinson Crusoe o estrella de Hollywood.

Hoteles: La privacidad total

Probablemente no exista una empresa de compra y venta de islas, y también de alquiler, como Vladi Private Islands (www.vladi-private-islands.de), asentada en Alemania desde hace casi cuatro décadas y con la más sorprendente y variada oferta para cumplir el sueño de aquellos que quieren tener un rincón de paraíso para sí mismos, para compartir con un grupo de familiares o amigos e incluso para celebrar un evento único, como una boda o un incentivo al más alto nivel. Sus centenares de opciones se reparten por todos los continentes y no todas, aunque sí la mayoría, tienen precios desorbitados.

En España incluyen desde la islita de Tagomago –junto a Ibiza, que puede acoger hasta diez personas entre 100.000 y 250.000 € por semana con todas las comidas y servicios incluidos en el precio–, hasta la Isla del Burguillo, en un embalse de la Sierra de Gredos, con un castillo en su interior que cuenta con habitaciones para diez personas y que se alquila por 500 € al día o por 2.800 € a la semana.

Por supuesto también reúnen algunas tan prohibitivas como las mencionadas de Branson o Copperfield o algo menos, aunque todas con instalaciones de primera, chefs a disposición y privacidad absoluta, como Motu Tetaraire, en el atolón polinesio de Rangiroa, con una villa para seis adultos o diez personas si también hubiera niños, que se alquila por 3.000 dólares al día; Bonefish Cay, en Bahamas, con capacidad para sólo 14 invitados, desde 50.000 € a la semana, y hasta opciones tan insólitas como Île de Costaérès, un castillo posado sobre una islita de la Bretaña francesa que puede ser de uno por unos 15.000 € a la semana. Pero también las hay tan asequibles como Namenalala Island, en Fiji, que cuesta 200 dólares al día y con la pensión completa incluida; Little Tupper Lake, en Canadá, una granja capaz de albergar hasta ocho personas que se alquila en su totalidad por unos 230 € al día, o Trinity Island, en Irlanda, con un lodge de tres habitaciones inmerso en los bosques que se alquila a partir de 1.300 € la semana.