Se autoproclama como el tren más lujoso del mundo y, si bien es cierto que tiene unos cuantos serios competidores por otras latitudes, lo que nadie le puede negar al Rovos Rail es que sus compartimentos son los más grandes de cualquier otro tren-hotel del globo: desde los siete metros cuadrados de sus Pullman suites pasando por los once de las Deluxe y hasta los dieciséis, nada menos, de las cuatro Royal suites, que hasta disponen de bañera. Sin embargo, una vez más el tamaño aquí es casi lo de menos, porque lo realmente asombroso es que tremendo tren se abra paso por semejantes escenarios.
El tren fortuito
En el origen del proyecto, en 1985, el millonario sudafricano Rohan Voss –de ahí lo de Rovos– sólo tenía la modesta intención de recuperar unos viejos vagones que había adquirido, y acondicionarlos para disfrutar de unas extravagantes vacaciones en familia viajando en tren por el país sin renunciar al menor lujo. Diseñó los camarotes a su gusto. Por eso son tan grandes, ya que cuando cuatro años más tarde el ocio se convirtió en negocio se tomaron como modelo aquellos primeros coches. La idea de comercializar el convoy se la dio la propia compañía nacional de trenes de Sudáfrica, cuando Voss se quejó de lo caro que le iba a costar el permiso especial para transitar por sus vías. Por toda respuesta obtuvo un “pues haga como nosotros, venda billetes”. Y así empezó todo.
Voss, que continúa siendo el propietario, sigue sin curarse de su vieja pasión por los trenes. Hace tiempo que se deshizo de sus otras empresas para consagrarse en cuerpo y alma al Rovos Rail. Tanto es así, que es rara la ocasión en la que el tren arranque alguna de sus rutas y no esté allí él en persona para saludar uno por uno a cada pasajero y darles a todos los consejos esenciales: “Por favor no salten cuando hayamos cogido velocidad, pónganse guapos para la cena y, se lo ruego, denle mucho trabajo a nuestro personal”.
Vida a bordo del Rovos
Impulsados según convenga por locomotoras eléctricas, diésel e incluso en algún tramo por las centenarias de vapor que también se han restaurado, la compañía suma tres trenes clásicos, que pueden albergar en sus salones y cabinas a un máximo de 72 pasajeros, y el llamado eduardiano, más pequeño y sólo con vagones de madera, que suele usarse más para chartearlo para grupos privados o empresas. La mayoría de los coches, que Voss fue adquiriendo por los rincones más rocambolescos del país, se construyeron entre 1919 y 1970 y fueron restaurados por artesanos de Pretoria, que le dieron un aire colonial a sus interiores sin olvidarse de camuflar discretamente aquí y allá desde las salidas de aire acondicionado hasta el minibar. Todos tienen un modernísimo y amplio cuarto de baño privado y, además de las típicas literas en las que duermen los viajeros de la mayoría de los otros trenes de lujo que hay por el mundo, en el Rovos Rail también puede optarse por una cama doble como dios manda.
Sin embargo, los que verdaderamente consiguen trasladarle a uno a otra época son los salones y los coches-restaurante, panelados en maderas nobles y con comodísimos sofás en los que se sirven con cubertería de plata las delicias salidas de las cocinas. Por no hablar del coche-observatorio de la cola del tren, al que salir a tomar una copa sintiendo en la cara la reseca brisa africana mientras el Rovos se abre paso entre sus llanuras. No es extraño que, entre la decadencia de las horas a bordo, los safaris que aliñan las rutas y las cenas de etiqueta, cada pasajero sufra lo indecible al ver acercarse el día del desembarco.
Un abanico de posibilidades
Los viajes que gestiona la compañía oscilan entre las apenas dos noches a bordo del Rovos Rail y prácticamente un mes, que es lo que viene a durar su ruta combinada (tren más aviones) más épica y estrafalaria, la que une África de una punta a otra desde Ciudad del Cabo hasta El Cairo, y que solo se cubre cada uno o dos años. Mucho más frecuentes son sus circuitos de tres días entre El Cabo y Pretoria, donde tienen sus cuarteles generales en la deliciosa y vieja estación de Park Station, a las afueras de la ciudad. O también desde ésta y con la misma duración, los 1.600 kilómetros que enfilan hacia las Cataratas Victoria y los tres días del Durban Safari, en el que es posible salir a la caza –fotográfica, se entiende– de los big five por las reservas de Nambiti o Spioenkop en los todoterreno que aguardan a los pasajeros a pie de vía. Ya con únicamente de una a tres salidas a lo largo del año, las dos semanas a bordo del Edwardian Safari que une Ciudad del Cabo con Dar Es Salaam –vía Kimberley, Pretoria, Mafikeng, Beit Bridge, Bulawayo, Cataratas Victoria o Lusaka–; los nueve días en los que el Rovos Rail se interna por los desérticos paisajes de Namibia o, de igual duración, desde el African Collage and Golf entre Pretoria y Ciudad del Cabo –a través de Malelane, Hluhluwe, Durban, Bloemfontein, Port Elizabeth, Oudtshoorn y George–, hasta el Golf Safari que permite a sus pasajeros combinar los mejores campos de golf de Sudáfrica con los avistamientos de fauna por sus impresionantes parques y reservas.
Hoteles: Un tren único
Cada mañana entre las 7 y las 10 se sirve el desayuno en el coche-restaurante, con un bien surtido buffet para empezar el día y también opciones a la carta preparadas en el momento. En función de la ruta elegida, probablemente se haga alguna excursión antes de comer y en ocasiones incluso también otra después. Los safaris son siempre las más emocionantes. Los todoterreno aguardan junto al tren para llevar a los pasajeros a los parques y reservas en los que pasmarse ante una manada de elefantes, ante el galope torpón de las jirafas, el relajo bajo las acacias de una familia de leones o, con suerte, hasta presenciar una escena de caza. De regreso al tren una campanilla avisa, generalmente alrededor de la 13.00 horas, de que ya está lista la comida. Hay siempre varias opciones para elegir y excelentes vinos sudafricanos que, como todo a bordo –desde las excursiones hasta las copas–, están incluidos en el precio del pasaje. El traqueteo quizás conmine a una siesta en el compartimento, mientras otros se decantan por unas horas de lectura o de charla con los compañeros de viaje en los sofás del salón o al aire libre en el coche-observatorio mientras desfilan los paisajes africanos a los lados de las vías. Tampoco perdonan la hora del té, aunque en los compartimentos, como en el mejor de los hoteles, el servicio de habitaciones funciona las 24 horas.
Si durante el día el ambiente es bastante informal, la hora de la cena es el momento de ponerse guapos para estar a tono con el ambiente colonial en el que las exquisiteces de los chefs se sirven con cubertería de plata, en platos de porcelana e impolutos manteles de lino.
Los viajes menos prohibitivos que gestiona la compañía (solo tren o tren más avión) son los de dos noches entre Pretoria y Durban o Ciudad del Cabo, a partir de unos 1.200 € por persona. Los nueve días a través de Namibia cuestan unos 4.000 €; las dos semanas del Ciudad del Cabo-Dar es Salaam, cerca de 8.000 €, y los 28 días del Ciudad del Cabo-El Cairo, cuya próxima salida será en enero de 2014 con viaje de regreso a Sudáfrica en febrero, a partir de 38.500 €.