Antártida: Más allá del fin del mundo




Fue el 14 de diciembre de 1911. Roald Amundsen, explorador noruego, dirigía la primera expedición a la Antártida que conseguía llegar al Polo Sur y hacerse con el logro de ubicar en el mapa el cuarto continente más grande del mundo. Probablemente ni Roald ni su equipo sabían entonces que habían alcanzado también el lugar más frío, el desierto más seco, la meseta más alta y el hielo más extenso del planeta. Un lugar sobrado de pureza y, sobre todo, muy salvaje y extremo, como años más tarde comprobara la Expedición Endurance dirigida por el irlandés Ernest Shackleton. Tras salir de los muelles londinenses de East Indian Docks rumbo a la Antártida, quedó encallado en el Mar de Weddell –pretendían ser la primera expedición en atravesar el continente desde Weddell hasta el Mar de Ross–, atrapado por las placas de hielo que forzaron a su tripulación a permanecer 22 largos meses en la cercana Isla Elefante y protagonizando una de las historias de supervivencia más fascinantes de la Historia. Cuatro décadas después, en el verano austral de 1958 el carguero argentino Les Eclaireurs transportaba al primer grupo de afortunados turistas a la Antártida, precedente para que otras tantas décadas más tarde, en 1991, se firmara el protocolo del Tratado Antártico que legitimaba y regulaba la explotación turística y pesquera en el Polo Sur. El turismo en el continente helado empezaba a ser una realidad.

Al sur del fin del mundo

La localidad argentina de Ushuaia hace las veces de capital de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur. Es la población que sirve de puerto de salida y de base de operaciones de la mayor parte de expediciones, cruceros o excursiones que ponen rumbo a la Antártida, y quizá por ello luzca en su muelle un cartel que reza Bienvenidos al fin del mundo. Porque la siguiente escala no es otra que el misterioso y atrayente continente helado, que en invierno ocupa una extensión equivalente a 30 veces España con sus más de 15 millones de kilómetros cuadrados. Si se fundiera en su totalidad, se calcula que el nivel del mar subiría 70 metros, y además registra la temperatura más fría jamás alcanzada: los 89 ºC bajo cero que midió el termómetro de una estación rusa. Sin embargo, y a pesar de los datos, viajar a la Antártida es más seguro que nunca. Lo que antes era un destino ansiado por los espíritus más aventureros, es hoy un rincón alcanzable por todo el que se pueda permitir los varios miles de euros que cuesta recalar en su belleza helada a bordo de un crucero de lujo o de una expedición de tinte más científico.

Surcando los hielos

Con salida en el Canal de Beagle, las embarcaciones se dirigen al sur para alcanzar la Península Antártida tras cruzar el Cabo de Hornos y el Pasaje de Drake, zonas de gran oleaje y de fuertes vientos que añaden una buena dosis de adrenalina a la travesía. La atención del pasaje se centra aquí en las aves que acompañan el trazado del barco, normalmente los pequeños petreles damero y ocasionalmente los albatros errantes, el ave voladora más grande del planeta con sus más de ocho kilos de peso y sus más de tres metros de envergadura. Es habitual que a la tripulación habitual del barco se hayan sumado ornitólogos y biólogos que explican a los viajeros cualquier dato relevante sobre lo que van dejando a su paso. Como los icebergs, esos enormes témpanos de hielo que pueden alcanzar los 100 metros de altura, los 90 kilómetros de largo y los 75 kilómetros de ancho, y que sólo dejan entrever una pequeña parte de su masa, ocultando el resto bajo el agua. Más de un pasajero se habrá estremecido entonces con el estrepitoso sonido de los gruñoñes, témpanos formados por hielo muy compacto que emiten un constante crujido.

Islas, bases científicas y fauna

Antes de arribar a la Península Antártida para poner pie en tierra firme, las travesías antárticas suelen dejar atrás varias islas como las Shetland del Sur –donde se cree que desaparecieron los 644 marineros españoles del navío San Telmo–, la isla Livingston o la isla Decepción, que albergan bases españolas, las islas del oeste que se encuentran tras pasar el Estrecho de Gerlache o la isla de Cuverville, donde habitualmente se realizan los primeros desembarcos. De camino, es probable que se hayan dejado ver algunas colonias de pingüinos. Hay cerca de 22 millones de ejemplares en las costas antárticas, principalmente de las especies Macaroni, Barbijo, Papúa, Adelia y Emperador, cuyos ejemplares difieren en forma pero que suelen evocar la misma simpatía en quien los observa. Las focas se ven más adelante, en torno al Canal de Lemaire, que se considera el tramo más espectacular de la costa de la Península Antártida. Y también las ballenas, abundantes en torno al Círculo Polar Antártico –el paralelo 65–, en cuyas aguas habitan la mayor variedad de cetáceos del globo. Ballenas azules, jorobadas, minke, francas, australes… y también cachalotes, orcas, zifios y delfines que, aunque más difíciles de avistar que los pingüinos, a buen seguro que acompañan el casco del barco a varios metros de profundidad. Es uno de los últimos momentos emotivos de un viaje inolvidable que vuelve a poner rumbo a Ushuaia para, aun a punto de concluir, dejar en la memoria de todos una huella imborrable.

Selección Viajar: Expedición al frío

La localidad argentina de Ushuaia es la base principal del turismo antártico. De su puerto salen la mayor parte de expediciones y cruceros con destino a la Antártida. Entre el Canal de Beagle y la cordillera de Los Andes se ubican el hotel boutique Los Naranjos (www.losnaranjosushuaia.com) y el resort de lujo Los Cauquenes (www.loscauquenes.com). El primero ofrece 38 habitaciones de estilo rústico y ambiente cálido, restaurante a la carta y gimnasio; el segundo, más sofisticado, dispone de 54 coquetas habitaciones, restaurante de autor especializado en sabores de la Patagonia, bar, Spa y piscina interior-exterior con espectaculares vistas.
Quizá la mejor forma de conocer la Antártida es embarcando en uno de los cruceros de lujo o expediciones que surcan las heladas aguas durante varios días, recalando en los rincones más interesantes de la Península Antártica y, en el mejor de los casos, en las islas subantárticas. La naviera Silversea (www.silversea.com) ofrece cruceros de lujo de una a tres semanas de duración a bordo del Prince Albert II, dotado de suites, restaurantes, Spa, tiendas, gimnasio, cava de coñac y puros y biblioteca. La Compagnie du Ponant (www.ponant.com) opera varios cruceros antárticos entre diciembre y marzo a bordo de sus barcos de lujo Le Boreal y L’Austral, con instalaciones de estilo vanguardista cuyo lema es “que los huéspedes se sientan como en su propio yate”. Para los espíritus más aventureros, las compañías Hurtigruten (www.hurtigrutenspain.com) y Antarctic Dream (www.antarcticdream.com) disponen de interesantes expediciones. La primera cuenta con 318 camas a bordo del buque MS Fram y ofrece cuatro itinerarios distintos por las aguas del océano Austral; la segunda descubre el continente blanco en once días y cuenta con 40 cabinas, ofreciendo además excursiones en kayak por la Antártida.