Botado en el año 2004 por la reina de Inglaterra y construido en Francia, su pedigree salta a la vista: una grandiosa estructura que aparece vestida en traje de noche con la chimenea roja, divisa de la naviera Cunard, como broche. Su casco negro delata que el QM2 no es un barco de crucero. Es un transatlántico, un liner. Es heredero de un linaje de embarcaciones con un aura especial que se alimenta de las vidas de miles de personas únicas. Desde los armadores que lo diseñaron, pasando por los astilleros que lo construyeron y hasta los pasajeros que lo disfrutan, nada en este barco es corriente. Y tampoco se puede hablar del Queen Mary 2 sin que parezca que se exagera sin pudor. Elegante a pesar de sus dimensiones, la longitud de su cuerpo supera la altura de la Torre Eiffel. Cuatro mil personas a bordo entre pasajeros y tripulación que se distribuyen en trece cubiertas repartidas en más de 70 metros de altura a la vista, que obligaron a rediseñar la chimenea para que pudiera pasar bajo el puente Verrazano-Narrows de Nueva York con pleamar.
Vuelve el transatlántico
Tan grande es, que no cabe en el Canal de Panamá. Por eso, de las vueltas al mundo que cada año ofrece la Cunard con sus barcos, la del QM2 parte cada enero desde Southampton, cruza el Mediterráneo y atraviesa el Canal de Suez rumbo a Oriente Medio, Asia y Australia. Y regresa al puerto inglés doblando el Cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur del continente africano. Más de cien días de travesía que incluyen escalas en Barcelona, Las Palmas o Vigo en España y en ciudades con una relevancia cada vez mayor en la era global, como Dubái, Kuala Lumpur, Hong Kong, Shanghai, Phu My (ex Ho Chi Min City), Sydney, Auckland o Ciudad del Cabo. Exotismo y navegación a lo largo de tres océanos.
El resto del año, el Queen Mary 2 sigue la estela del Titanic –cuando se cumple un siglo desde la botadura del mítico buque– surcando cada semana el Atlántico Norte desde Southampton a Nueva York y vuelta, en una travesía que desde hace siglos pone a prueba a los navegantes más experimentados y que forjó la alianza transatlántica entre EE UU y Gran Bretaña, clave para entender el siglo XX. Si embarcar sobrecoge, la sensación de llegar a Nueva York, pasar debajo del puente casi acariciándolo y mirar a los ojos a sus rascacielos (la cima del Empire State Building sólo está 35 metros más elevada) es inspiración pura. En un escalofrío se sienten las milllones de miradas y sueños de quienes llegaron antes que uno.
Desde luego, la Historia forma parte del atractivo de este viaje. Empezando por la de la naviera Cunard Line, que desde 1840 ofrece un servicio regular de transatlánticos. Otros barcos de la compañía alcanzaron una altura casi mitológica, como el Lusitania, cuyo hundimiento por los torpedos de los U-Bot alemanes en la I Guerra Mundial precipitó la entrada de EE UU en la contienda. Sus poderosos navíos contribuyeron también a la victoria en la II Guerra Mundial. El propio Winston Churchill afirmó que el Queen Mary I hizo posible terminar la guerra un año antes gracias a su servicio como transporte de tropas de gran capacidad y velocidad. Conocido en la guerra como el Grey Ghost (fantasma gris) es hoy, 75 años después de su primer cruce del Atlántico, un museo flotante amarrado en Long Beach, California.
Parte de esta Historia son sin duda los pasajeros. Además de Churchill o Eisenhower, la reina de Inglaterra o el sha de Persia, Cunard puede presumir de un elenco que incluye a Charlie Chaplin, Gary Cooper, Cary Grant, Ella Fitzgerald, Duke Ellington o Walt Disney, sin olvidar a Jaqueline Onassis, H.G. Wells, Elizabeth Taylor o Tennesee Williams. La lista es larga y engrosa cada día entre aquellos que eligen esta manera de viajar, personas que no sólo pueden permitirse el pasaje sino que también disponen de su tiempo.
El viaje superlativo
Si el exterior del barco es grandioso, no lo es menos su interior. La médula del barco es su vestíbulo, un inmenso espacio abierto a seis pisos –cubiertas– que sirve como intercambiador gracias a sus ascensores acristalados y sus escaleras de cine mudo. Desde el lujo más extravagante de los dúplex con mayordomo privado a las más que dignas cabinas interiores, hay tipos de alojamiento para todos los gustos y casi todos los bolsillos (la cabina más económica no es mucho más cara que un billete de avión) y actividades culturales y de ocio dignas de esta auténtica metrópoli flotante. Además de lo que se puede esperar (bares, restaurantes, club nocturno, gimnasio, piscinas, Spa, etcétera), el QM2 alberga un planetario y también permite disfrutar de las estrellas del West End o de Broadway en el Royal Court Theather, con capacidad para mil espectadores. La naviera se ocupa además de ofrecer un atractivo programa de conferencias, discusiones literarias, talleres de interpretación, jazz… El Queen Mary 2 es un medio de transporte que se habita, un barco para quienes lo importante no es llegar antes sino disfrutar del viaje en un entorno lujoso. El escenario, las actividades y el tiempo del que se dispone a bordo (siete días por trayecto transatlántico) permiten además socializar y compartir una experiencia inolvidable.
Selección Viajar: La vida maravillosa
La vida puede ser tan lujosa como lo permita el bolsillo a bordo del QM2. Básicamente existen tres clases de alojamiento: Queens, Princess y Britannia, a su vez divididas en varias subcategorías.
La clase Queens ofrece verdaderos mini palacios flotantes, con embarque prioritario y recibimiento a base de champán y fresas. Si somos los afortunados huéspedes del Grand Dúplex podremos brindar en una gran terraza privada mientras despedimos el puerto de embarque. Entre tanto, nuestro mayordomo personal se encargará de deshacer el copioso equipaje y hará que disfrutemos de los 200 metros cuadrados de nuestro alojamiento de dos plantas permaneciendo a nuestra entera, privada y exclusiva disposición.
La clase Queens dispone asimismo de otros dúplex, apartamentos, penthouses y suites entre los 150 y los 50 metros cuadrados, todos con terraza, todos atendidos por un conserje dedicado exclusivamente a esta clase (se encarga de satisfacer necesidades tanto a bordo como en los puertos de atraque) y todos con acceso a una cubierta exterior reservada, que permitirá socializar con la exclusiva vecindad (y solo con ella). Los miembros de la clase Queens tienen además restaurante privado y acceso privilegiado a cualquier actividad a bordo.
Más modestas, en las Princess Suites de 35 metros cuadrados el champán de bienvenida a cuenta de la casa se convierte en vino espumoso. Por lo demás, sigue contando con servicio personalizado las 24 horas, embarque prioritario, restaurante privado, terraza, preparación de la cama antes de dormir o carta de almohadas.
Por último, la clase Britannia se divide en Club, Balcony, Ocean View e Inside, que difieren básicamente en el acceso al mar y a las vistas. En jerarquía desde terraza, balcón, ojo de buey o interior, esta última es una más que digna habitación de hotel. En cualquier caso, la acción a bordo (salvo quizá para la clase Queens) se desarrolla en el resto del barco y la habitación es un lugar acogedor y espacioso para tomarse un respiro de la agitación del casino, la discoteca, el planetario, el teatro, la biblioteca con más 8.000 títulos o de los más de 12.000 metros cuadrados de cubiertas al aire libre. En todos los casos, la experiencia única está plenamente garantizada